Freddy Martínez
Para
ingresar a las zonas de guarimba y escribir esta crónica debí
solicitar un salvoconducto con un camarógrafo que funge de enlace
para quienes precisan de hacer reportajes periodísticos en la propia
línea de la resistencia, vale decir, en la autopista Francisco
Fajardo, calles de Chacao, Las Mercedes, San Antonio de Los Altos o
donde proponga la vanguardia armada afiliada a la MUD que diariamente
quema camiones de alimentos en las “protestas”, mientras sus
líderes hablan por televisión de hambre y crisis humanitaria en
Venezuela.
El enlace
contactado advierte de riesgos y peligros, pero de entrada me dice
que debemos coordinar con un jefe guarimbo quien me identificará y
me hará preguntas pertinentes al trabajo periodístico a realizar,
pero, aunque no hubo tal entrevista al momento acordado, sí apareció
delante de mí una especie de coordinador logístico que tiene la
función de saber con precisión sobre los reporteros que están en
la línea de combate en labores de prensa y fotografía.
Para
quienes
hemos
estado en diferentes
frentes de batalla, la imagen de unas tanquetas que vomitan
agua y bombas lacrimógenas frente a un grupo de sifrinos con cámaras
de televisión por todos lados es como estar actuando para una
telenovela mexicana. Allá me figuro a Alicia Machado -con razón-
explicando a los muchachos de diecisiete años el tema de las dos
chinas; una cuya capital es Pekín, edificada por la sabia dirección
del gran Mao, y la otra, cuya capital es la ciudad de Tai-Pei,
promocionada como un importante enclave financiero y comercial del
capitalismo asiático.
Estoy así,
asomado en el frente de la resistencia. Me acerco, pregunto, observo,
huelo, escucho detonaciones, intento pasar desapercibido, invoco a
los espíritus para que me conviertan en neblina espesa y nadie me
sospeche. Busco evidencias comunicacionales entre los que combaten al
gobierno bolivariano fumados o drogados hasta los dientes como los
terroristas de ISIS. Solo eso.
Llego
temprano. Nada por aquí. Nada por allá. Insisto. Me concentro cerca
de un recodo de árboles pegado a un sector de la autopista en
predios de un famoso hotel de empresarios. Miro a unos loquitos con
banderas en la espalda, cascos y máscaras tal como se ven en las
fotos de La Patilla. No tienen mañas de sifrinos estos loquitos; a
todos se les ve la silueta morena de los que normalmente andan en el
rebusque urbano, para luego quemar piedras en los escondites oscuros
del Metro. Pasa el tiempo, nadie mira a nadie, pero todo el escenario
está ya listo para la acción.
En la
resistencia todo es de pinga
Vine con una
marcha convocada por los devaluados politiqueros de la MUD; pero esta
se dispersó hace bastante rato. Las teenagers de la Simón, muy
activas en la caminata, ya desaparecieron de la escena. Una
combatiente de la Central figura entre un grupo de sifrinos (estos si
tienen pinta de sifrinos) con un cierto don de mando. Se tapa la
cara. A lo lejos se divisa algo de humo. El aquelarre de los insultos
y las carreras para allá y para acá comienza. El tema me
condiciona. Prejuzgo. Siento que a muchos de los presentes se les
está explotando la trona en un cóctel de crispy y perico a la vez;
esa combinación que los siniestros organizadores de las guarimbas
ofrecen a este grupo de choque que no saben a cierta cierta por qué
razón dan la vida o enseñan el pecho de libertadores protegidos con
escudos, máscaras, banderas y hasta con armas de fuego encaletadas
en los bolsos.
Pero viendo
las cosas de otra manera, la vaina en la línea de la resistencia es
de pinga. Todo el mundo está relajado aquí. Unos carajitos ríen.
No parece un escenario de guerra, más bien todo se conecta a las
rumbas
rave que arman los muchachos de esta época en los matiné. La
confidencia abordada asegura que en este black sabbath
están reunidos muchachos de todas los grupos sociales de la ciudad
que se volvieron adictos a las protestas antichavistas en un país de
chavistas. Afirma la confidencia que estos jóvenes se volvieron
adictos al crispy. Adictos al captagón recién importado de Siria.
Adictos al perico. Adictos al optalidón recién transportado de
Maicao. Adictos a drogas como el LSD y al poppers (la droga
que “patentó” Jean Baptiste, aquel psicótico de atar de la
novela o la película El Perfume).
En medio de
la batalla intento reír como el loquito que tengo enfrente. Siento
olor a crispy quemado. ¿Por dónde? Pienso en ese episodio tres días
después y los músculos que se conectan a mi cerebro comienzan a
relajarse. ¿Estaré fumado también yo? Tiempo tengo para
reflexionar que no hay medicinas en las farmacias venezolanas, pero
en las barricadas guarimberas abundan las anfetaminas y los
barbitúricos que muchos medicados hoy necesitan con urgencia.
Fanáticos
de las pepas ácidas
Ya empezó
la fiesta rave en la Fajardo después de un largo rato
caminando sobre el asfalto. Los guarimbos cercanos y lejanos se
excitan. Finales del mes de junio de 2017, otro día más de
violencia extrema en el este de Caracas. Es el ingrediente por el que
estos fanáticos de las pepas ácidas creen que Maduro caerá pronto.
Busco guerra, me acerco a la invitación. Continúa el olor a crispy.
Huele a gasolina. Un resistente lanza una botella incendiaria y
después se desahoga en gritos como cualquier militante del Estado
Islámico.
Trato de
encontrar entre la maraña de “periodistas” al camarógrafo que
conocí hace unos días por Bellas Artes para seguir sus pasos de
experimentado reportero de guerra. Muchos comunicadores hay aquí
pescando buenos dólares por sus servicios a la global press
como Reuters, AFP, EFE, NT24, AP, FOX, CNN, NY Times.
Luego de un
rato doy con el reportero. Luego el saludo cómplice con preguntas y
contestas: “los chamos vienen al entrompe ya tronados. Se combinan
cuatro drogas: cocaína, captagón, optalidón y crispy; todo un
explosivo que quien se lo consuma o se lo lance se creerá Aquiles en
el sitio de Troya o Supermán en Nueva York”; esa es la razón por
la que pierden la razón; que no es ni paradoja ni sonido cacofónico,
ese es el motivo por el que queman gente, atacan hospitales,
incendian escuelas o todo un edificio con cientos de personas dentro,
tal como hacen los militantes de ISIS al grito de Alá/uak/Bar en su
trance místico psicoactivo”.
Achicharrando
a los becerros
Pregunta y
respuesta todavía en el campo de batalla: “todos los guarimberos
capturados por la policía, digamos el 99%, han salido positivos en
la prueba antidopaje; estos bichitos se acostumbraron a hacer
desmanes sin que medie ninguna doctrina ni convicción política”.
¿Qué es la libertad? -interrogo a un guarimbo por casualidad en el
otro lado de la autopista- “la que nos está quitando Maduro”.
“¿Cómo que tengo libertad, tú eres marico o qué es lo qué
eres? Pendiente con una paja, porque aquí lo que estamos es
achicharrando a los becerros”. Tras la respuesta se intenta la
calma con otra pregunta menos arriesgada.
Pero es la
nueva manera de hacer la guerra y tumbar gobiernos no inclinados a
los intereses de las potencias globalizadoras. A partir de ahora en
vez de libros y doctrinas para fortalecer convicciones, tendremos
drogas para acrecentar inhibiciones. Será un ejército de psicópatas
estos libertarios de la resistencia guarimbera en lo sucesivo. Lo
sabemos gracias al doctor Gene Sharp y su tratado de cómo lograr
democracias. El Estado Islámico organiza sus ejércitos reclutando
jóvenes en las ciudades europeas y del Medio Oriente a punta de
ofrecimientos que pasan por muchos euros, drogas y una vida de sexo
loco con prostitutas. Ucrania es un espejo reciente. Su
desestabilización y desmembramiento ocurrió a fuerza de vender la
idea de ingresar este país a la UE; idea que los jóvenes ucranianos
(excluidos de cualquier fantasía europea) abrazaron a cambio de
vender su alma a los deseos interesados de la OTAN de convertir a
esta nación en una base misilística para apuntar directamente a las
fronteras de Rusia.
Hoy, después
de conquistar la democracia a lo Gene Sharp, los jóvenes ucranianos
siguen excluidos de cualquier fantasía europea. Ahora, los
guarimberos de aquí tienen una vida más prometedora y más larga en
el tiempo. Serán los mismos que, luego de colaborar con el nuevo
gobierno de transición, trancarán las autopistas (no la Fajardo
como ahora) sino todas las de Venezuela cuando sus vidas no les
alcance para pagar la deuda acordada con quienes hoy le alimentan la
existencia con el divino perfume del poppers que huelen
abiertamente en los condominios de Altamira y Chacao.