miércoles, 12 de julio de 2017

Perico y pepas ácidas en la línea de la resistencia





  Freddy Martínez

Para ingresar a las zonas de guarimba y escribir esta crónica debí solicitar un salvoconducto con un camarógrafo que funge de enlace para quienes precisan de hacer reportajes periodísticos en la propia línea de la resistencia, vale decir, en la autopista Francisco Fajardo, calles de Chacao, Las Mercedes, San Antonio de Los Altos o donde proponga la vanguardia armada afiliada a la MUD que diariamente quema camiones de alimentos en las “protestas”, mientras sus líderes hablan por televisión de hambre y crisis humanitaria en Venezuela.

El enlace contactado advierte de riesgos y peligros, pero de entrada me dice que debemos coordinar con un jefe guarimbo quien me identificará y me hará preguntas pertinentes al trabajo periodístico a realizar, pero, aunque no hubo tal entrevista al momento acordado, sí apareció delante de mí una especie de coordinador logístico que tiene la función de saber con precisión sobre los reporteros que están en la línea de combate en labores de prensa y fotografía.

 
Para quienes hemos estado en diferentes frentes de batalla, la imagen de unas tanquetas que vomitan agua y bombas lacrimógenas frente a un grupo de sifrinos con cámaras de televisión por todos lados es como estar actuando para una telenovela mexicana. Allá me figuro a Alicia Machado -con razón- explicando a los muchachos de diecisiete años el tema de las dos chinas; una cuya capital es Pekín, edificada por la sabia dirección del gran Mao, y la otra, cuya capital es la ciudad de Tai-Pei, promocionada como un importante enclave financiero y comercial del capitalismo asiático. 


Estoy así, asomado en el frente de la resistencia. Me acerco, pregunto, observo, huelo, escucho detonaciones, intento pasar desapercibido, invoco a los espíritus para que me conviertan en neblina espesa y nadie me sospeche. Busco evidencias comunicacionales entre los que combaten al gobierno bolivariano fumados o drogados hasta los dientes como los terroristas de ISIS. Solo eso. 

Llego temprano. Nada por aquí. Nada por allá. Insisto. Me concentro cerca de un recodo de árboles pegado a un sector de la autopista en predios de un famoso hotel de empresarios. Miro a unos loquitos con banderas en la espalda, cascos y máscaras tal como se ven en las fotos de La Patilla. No tienen mañas de sifrinos estos loquitos; a todos se les ve la silueta morena de los que normalmente andan en el rebusque urbano, para luego quemar piedras en los escondites oscuros del Metro. Pasa el tiempo, nadie mira a nadie, pero todo el escenario está ya listo para la acción.

En la resistencia todo es de pinga

Vine con una marcha convocada por los devaluados politiqueros de la MUD; pero esta se dispersó hace bastante rato. Las teenagers de la Simón, muy activas en la caminata, ya desaparecieron de la escena. Una combatiente de la Central figura entre un grupo de sifrinos (estos si tienen pinta de sifrinos) con un cierto don de mando. Se tapa la cara. A lo lejos se divisa algo de humo. El aquelarre de los insultos y las carreras para allá y para acá comienza. El tema me condiciona. Prejuzgo. Siento que a muchos de los presentes se les está explotando la trona en un cóctel de crispy y perico a la vez; esa combinación que los siniestros organizadores de las guarimbas ofrecen a este grupo de choque que no saben a cierta cierta por qué razón dan la vida o enseñan el pecho de libertadores protegidos con escudos, máscaras, banderas y hasta con armas de fuego encaletadas en los bolsos. 

  
Pero viendo las cosas de otra manera, la vaina en la línea de la resistencia es de pinga. Todo el mundo está relajado aquí. Unos carajitos ríen. No parece un escenario de guerra, más bien todo se conecta a las rumbas rave que arman los muchachos de esta época en los matiné. La confidencia abordada asegura que en este black sabbath están reunidos muchachos de todas los grupos sociales de la ciudad que se volvieron adictos a las protestas antichavistas en un país de chavistas. Afirma la confidencia que estos jóvenes se volvieron adictos al crispy. Adictos al captagón recién importado de Siria. Adictos al perico. Adictos al optalidón recién transportado de Maicao. Adictos a drogas como el LSD y al poppers (la droga que “patentó” Jean Baptiste, aquel psicótico de atar de la novela o la película El Perfume). 

 
En medio de la batalla intento reír como el loquito que tengo enfrente. Siento olor a crispy quemado. ¿Por dónde? Pienso en ese episodio tres días después y los músculos que se conectan a mi cerebro comienzan a relajarse. ¿Estaré fumado también yo? Tiempo tengo para reflexionar que no hay medicinas en las farmacias venezolanas, pero en las barricadas guarimberas abundan las anfetaminas y los barbitúricos que muchos medicados hoy necesitan con urgencia.

Fanáticos de las pepas ácidas

Ya empezó la fiesta rave en la Fajardo después de un largo rato caminando sobre el asfalto. Los guarimbos cercanos y lejanos se excitan. Finales del mes de junio de 2017, otro día más de violencia extrema en el este de Caracas. Es el ingrediente por el que estos fanáticos de las pepas ácidas creen que Maduro caerá pronto. Busco guerra, me acerco a la invitación. Continúa el olor a crispy. Huele a gasolina. Un resistente lanza una botella incendiaria y después se desahoga en gritos como cualquier militante del Estado Islámico. 
 
Trato de encontrar entre la maraña de “periodistas” al camarógrafo que conocí hace unos días por Bellas Artes para seguir sus pasos de experimentado reportero de guerra. Muchos comunicadores hay aquí pescando buenos dólares por sus servicios a la global press como Reuters, AFP, EFE, NT24, AP, FOX, CNN, NY Times. 

 
Luego de un rato doy con el reportero. Luego el saludo cómplice con preguntas y contestas: “los chamos vienen al entrompe ya tronados. Se combinan cuatro drogas: cocaína, captagón, optalidón y crispy; todo un explosivo que quien se lo consuma o se lo lance se creerá Aquiles en el sitio de Troya o Supermán en Nueva York”; esa es la razón por la que pierden la razón; que no es ni paradoja ni sonido cacofónico, ese es el motivo por el que queman gente, atacan hospitales, incendian escuelas o todo un edificio con cientos de personas dentro, tal como hacen los militantes de ISIS al grito de Alá/uak/Bar en su trance místico psicoactivo”.

Achicharrando a los becerros

Pregunta y respuesta todavía en el campo de batalla: “todos los guarimberos capturados por la policía, digamos el 99%, han salido positivos en la prueba antidopaje; estos bichitos se acostumbraron a hacer desmanes sin que medie ninguna doctrina ni convicción política”. ¿Qué es la libertad? -interrogo a un guarimbo por casualidad en el otro lado de la autopista- “la que nos está quitando Maduro”. “¿Cómo que tengo libertad, tú eres marico o qué es lo qué eres? Pendiente con una paja, porque aquí lo que estamos es achicharrando a los becerros”. Tras la respuesta se intenta la calma con otra pregunta menos arriesgada. 

 
Pero es la nueva manera de hacer la guerra y tumbar gobiernos no inclinados a los intereses de las potencias globalizadoras. A partir de ahora en vez de libros y doctrinas para fortalecer convicciones, tendremos drogas para acrecentar inhibiciones. Será un ejército de psicópatas estos libertarios de la resistencia guarimbera en lo sucesivo. Lo sabemos gracias al doctor Gene Sharp y su tratado de cómo lograr democracias. El Estado Islámico organiza sus ejércitos reclutando jóvenes en las ciudades europeas y del Medio Oriente a punta de ofrecimientos que pasan por muchos euros, drogas y una vida de sexo loco con prostitutas. Ucrania es un espejo reciente. Su desestabilización y desmembramiento ocurrió a fuerza de vender la idea de ingresar este país a la UE; idea que los jóvenes ucranianos (excluidos de cualquier fantasía europea) abrazaron a cambio de vender su alma a los deseos interesados de la OTAN de convertir a esta nación en una base misilística para apuntar directamente a las fronteras de Rusia.

Hoy, después de conquistar la democracia a lo Gene Sharp, los jóvenes ucranianos siguen excluidos de cualquier fantasía europea. Ahora, los guarimberos de aquí tienen una vida más prometedora y más larga en el tiempo. Serán los mismos que, luego de colaborar con el nuevo gobierno de transición, trancarán las autopistas (no la Fajardo como ahora) sino todas las de Venezuela cuando sus vidas no les alcance para pagar la deuda acordada con quienes hoy le alimentan la existencia con el divino perfume del poppers que huelen abiertamente en los condominios de Altamira y Chacao.

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