Thierry Meyssan
La
guerra que desde hace 66 años ha venido librándose
ininterrumpidamente en Palestina atraviesa una nueva etapa con las
operaciones israelíes «Guardianes de nuestros hermanos» y «Roca
indestructible», extrañamente traducidas en la prensa occidental
como «Margen Protector».
Es
evidente que Tel Aviv –que optó por explotar la desaparición de 3
jóvenes israelíes para desencadenar estas operaciones militares y
«arrancar
de raíz el Hamas»
esperando poder explotar el gas de Gaza, conforme al plan ya
enunciado en 2007 por el actual ministro de Defensa de Israel [1]–
se ha visto superado por la reacción de la Resistencia palestina. La
Yihad Islámica respondió disparando cohetes de alcance medio, muy
difíciles de interceptar, que se agregaron a los que dispara el
Hamas.
La
violencia de los acontecimientos, que ya han costado la vida a más
de 1 500 palestinos y a 62 israelíes (con la salvedad de que las
cifras israelíes están sometidas a una férrea censura militar y
probablemente son minimizadas), ha provocado una ola de protestas en
el mundo entero. Además de sus 15 miembros, el Consejo de Seguridad
de la ONU –reunido el 22 de julio– escuchó las intervenciones de
otros 40 Estados que decidieron expresar su indignación ante el
comportamiento de Tel Aviv y su «cultura
de la impunidad».
Al extremo que, en vez de las 2 horas habituales, la reunión del
Consejo de Seguridad de la ONU sobre la «crisis
de Gaza»
duró 9 horas [2].
Simbólicamente,
Bolivia declaró Israel «Estado terrorista» y abrogó el
acuerdo de libre circulación firmado con ese país. Pero las
declaraciones de protesta generalmente no vienen acompañadas de
ayuda militar para los agredidos, con excepción de la de Irán y,
simbólicamente, la de Siria. Estos dos países respaldan a la
población palestina a través de la Yihad Islámica –la rama
militar del Hamas– sin apoyar su rama política, que es miembro de
la Hermandad Musulmana, y también aportan su respaldo al FPLP-CG
[Frente Popular por la Liberación de Palestina-Comando General].
Al
contrario de lo sucedido durante las operaciones anteriores («Plomo
fundido» en 2008 y «Columna de nubes», traducida está última en
Occidente como «Pilar defensivo»), los dos Estados que protegen a
Israel en el Consejo de Seguridad de la ONU (Estados Unidos y el
Reino Unido) facilitaron esta vez la elaboración de una declaración
del presidente del Consejo de Seguridad donde se subrayan las
obligaciones humanitarias de Israel [3].
Más allá de la cuestión fundamental de un conflicto que sigue sin
resolver desde 1948, lo que estamos viendo es un consenso para
expresar una condena mínima del uso desproporcionado de la fuerza
por parte de Israel.
Sin
embargo, tras este aparente consenso se esconden análisis muy
diferentes: algunos autores interpretan el conflicto como una guerra
de religión entre judíos y musulmanes mientras que otros lo ven
como una guerra política según un esquema colonial clásico. ¿Cuál
es la realidad?
¿Qué es el sionismo?
A
mediados del siglo XVII, los calvinistas británicos se reagruparon
alrededor de Oliver Cromwell y cuestionaron la fe y la jerarquía del
régimen imperante en Gran Bretaña. Después de derrocar la
monarquía anglicana, el «Lord
protector»
pretendió permitir al pueblo inglés alcanzar el estado de pureza
moral necesario para atravesar una tribulación de 7 años, acoger el
regreso de Cristo y vivir apaciblemente con él durante 1000 años
(el «Millenium».
Para ello, según su interpretación de la Biblia, había que
dispersar a los judíos por todo el mundo, reagruparlos después en
Palestina y reconstruir allí el templo de Salomón. Bajo esa
perspectiva, Oliver Cromwell instauró un régimen puritano, anuló
en 1656 la medida que prohibía a los judíos instalarse en
Inglaterra y anunció que su país se comprometía a crear en
Palestina el Estado de Israel [4].
Al
ser derrocada la secta de Cromwell, al final de la «Primera
Guerra Civil Inglesa», y resultar muertos o exilados sus
partidarios, se restableció la monarquía anglicana y esta abandonó
el sionismo –o sea, el proyecto de creación de un Estado para los
judíos. Pero resurgió en el siglo XVIII, con la «Segunda Guerra
Civil Inglesa» –así se denomina en los manuales de Historia
de la enseñanza secundaria del Reino Unido– que el resto del mundo
conoce como la «Guerra de Independencia de los Estados Unidos»
(1775-83). Contrariamente a lo que todo el mundo cree, esa guerra no
se basó en los ideales de la Ilustración, que más tarde animaron
la Revolución Francesa, sino que fue financiada por el rey de
Francia y se libró por motivos religiosos y al grito de «¡Nuestro
Rey es Jesús!».
George
Washington, Thomas Jefferson y Benjamin Franklin, por sólo
mencionarlos a ellos, se presentaron como los sucesores de los
partidarios exilados de Oliver Cromwell. Lógicamente, Estados Unidos
retomó el proyecto sionista.
En
1868, la reina Victoria designó como primer ministro de Inglaterra
al judío Benjamin Disraeli, quien propuso conceder algo de
democracia a los descendientes de los partidarios de Cromwell para
poder apoyarse sobre todo el pueblo y extender por el mundo el poder
de la Corona. Sobre todo propuso una alianza con la diáspora judía
como medio de aplicar una política imperialista cuya vanguardia
sería precisamente esa diáspora. En 1878, el propio Disraeli
incluyó «la restauración de Israel» en el orden del día
del Congreso de Berlín sobre la nueva repartición del mundo.
Fue
sobre esa base sionista que el Reino Unido restableció relaciones
con sus ex colonias de América, ya convertidas en Estados Unidos, al
término de la «Tercera
Guerra Civil Inglesa»,
denominada en Estados Unidos como «American
Civil War»
y en Europa continental como la «Guerra
de Secesión»
(1861-1865), en la que salieron vencedores los WASP (White
Anglo-Saxon Puritans)
sucesores de los partidarios de Cromwell [5].
También en este caso es de manera totalmente errónea que se
presenta esa guerra como una lucha contra la esclavitud sin tener en
cuenta que 5 Estados del norte todavía seguían practicando esa
forma de explotación.
O
sea, casi hasta el final del siglo XIX, el sionismo es un proyecto
exclusivamente puritano y anglosajón al que se suma sólo una élite
judía. Pero es firmemente condenado por los rabinos, quienes
interpretan la Torah como una alegoría y no como un plan político.
Entre
las consecuencias actuales de esos hechos históricos está el que
haya que reconocer que el sionismo, además de plantear como objetivo
la creación de un Estado para los judíos, también sirvió de base
a la fundación de Estados Unidos. A partir de esa conclusión, la
cuestión de saber si las decisiones políticas de ese conjunto se
toman en Washington o en Tel Aviv deja de tener relevancia. La misma
ideología controla el poder en ambos países. Por otro lado, al ser
el sionismo el elemento que permitió la reconciliación entre
Londres y Washington cuestionarlo es atacar la base misma de esa
alianza, la más poderosa del mundo.
La adhesión del pueblo judío al sionismo anglosajón
En
la historia oficial actual generalmente se pasa por alto el periodo
del siglo XVII al siglo XIX y se presenta a Theodor Herzl como el
fundador del sionismo. Sin embargo, según las publicaciones internas
de la Organización Sionista Mundial, eso también es falso.
El
verdadero fundador del sionismo contemporáneo no es un judío sino
un cristiano dispensionalista. El reverendo William E. Blackstone era
un predicador estadounidense que consideraba que los verdaderos
cristianos no tendrían que sufrir las duras pruebas del fin de los
tiempos. Predicaba que los verdaderos cristianos serían sustraídos
a la batalla final y enviados al cielo (el llamado «arrebatamiento
de la Iglesia», en inglés «the rapture»). Para el
reverendo Blackstone, los judíos librarían esa batalla, de la que
saldrían además convertidos a la fe del Cristo victorioso.
Es
la teología del reverendo Blackstone lo que sirvió de base al
inquebrantable apoyo de Washington a la creación de Israel. Y eso
sucedió muchos antes de la creación del AIPAC y de que ese grupo de
presión proisraelí tomara el control del Congreso de Estados
Unidos. En realidad, el poder de ese grupo de presión no reside
tanto en su dinero y su capacidad para financiar campañas
electorales como en esa ideología, que aún sigue vigente en Estados
Unidos [6].
Por
muy estúpida que pueda parecer, la teología del «arrebatamiento»
es hoy en día muy poderosa en Estados Unidos. Incluso se ha
convertido en un fenómeno de librería y ha llegado a las pantallas
cinematográficas (Ver el film Left Behind, con Nicolas Cage,
cuyo estreno está programado para el mes de octubre).
Theodor
Herzl era un admirador del comerciante de diamantes Cecil Rhodes, el
teórico del imperialismo británico y fundador de Sudáfrica, de
Rhodesia (a la que incluso dio su nombre) y de Zambia (ex Rhodesia
del Norte). Herzl no era israelita (quiere decir de fe judía) y ni
siquiera le había hecho la circuncisión a su hijo. Ateo, como
muchos burgueses europeos de su época, Herzl recomendó al principio
la asimilación de los judíos, estimando incluso que debían
convertirse al cristianismo. Sin embargo, retomando la teoría de
Disraeli, Herzl concluyó que la mejor solución era hacerlos
participar en el colonialismo británico creando un Estado judío, en
la actual Uganda o en Argentina, así que siguió el ejemplo de Cecil
Rhodes con la compra de tierras y con la creación de la Agencia
Judía.
Blackstone
logró convencer a Herzl de que debía vincular las preocupaciones de
los dispensionalistas con las de los colonialistas. Para eso bastaba
con estipular que la creación de Israel debía ser en Palestina y
justificarla con referencias bíblicas. Gracias a esa idea bastante
simple Blackstone y Herzl lograron que la mayoría de los judíos se
sumara a su proyecto. Hoy en día Herzl está enterrado en Israel –en
la cima del Monte Herzl– y el Estado israelí puso en su ataúd la
Biblia anotada que Blackstone le había regalado.
Así
que el objetivo del sionismo nunca fue «salvar
al pueblo judío dándole una patria»
sino hacer triunfar el imperialismo anglosajón asociando los judíos
a esa empresa. Además, no sólo el sionismo no es un producto de la
cultura judía sino que la mayoría de los sionistas nunca fueron
judíos, mientras que la mayoría de los judíos sionistas no son
israelitas [7].
Las referencias bíblicas, omnipresentes en el discurso oficial
israelí, sólo reflejan el pensamiento del sector creyente del país
y su principal función no es otra que convencer a la población
estadounidense.
Fue
durante ese periodo cuando se inventó el mito del pueblo judío.
Hasta aquel momento los judíos se habían considerado como personas
pertenecientes a una religión y reconocían que sus correligionarios
europeos no eran descendientes de los judíos de Palestina sino de
otras poblaciones que se habían convertido a esa religión durante
el transcurso de la Historia [8].
Blackstone
y Herzl fabricaron artificialmente la idea según la cual todos los
judíos del mundo serían descendientes de los antiguos judíos de
Palestina. A partir de ese momento el término «judío»
comienza a aplicarse no sólo a la religión israelita sino que pasa
a designar también una etnia. Basándose en una lectura literal de
la Biblia, todos los judíos pasan así a ser beneficiarios de
una promesa divina sobre la tierra palestina.
El pacto anglosajón para la creación de Israel en Palestina
La
decisión de crear un Estado judío en Palestina fue tomada
conjuntamente por los gobiernos de Gran Bretaña y Estados Unidos. La
negoció el primer juez judío de la Corte Suprema estadounidense,
Louis Brandela, bajo los auspicios del reverendo Blackstone, y fue
aprobada tanto por el presidente estadounidense Woodrow Wilson como
por el primer ministro británico David Lloyd George después de los
acuerdos franco-británicos Sykes-Picot, en los que Francia y Gran
Bretaña se repartían el «Medio Oriente». Este acuerdo sólo
se hizo público de forma paulatina.
Al
futuro secretario de Estado británico para las Colonias Leo Amery se
le confió la tarea de instruir a los veteranos del «Cuerpo de
Muleros de Sión» para crear, con los agentes británicos Ze’ev
Jabotinsky y Chaim Weizmann, la «Legión Judía» en el seno
del ejército británico.
El
2 de noviembre de 1917, el ministro británico de Relaciones
Exteriores, Lord Balfour, envió a Lord Walter Rotschild una carta
abierta en la que se comprometía a crear un «hogar
nacional judío»
en Palestina. El presidente estadounidense Woodrow Wilson incluyó la
creación de Israel entre sus objetivos de guerra oficialmente
reconocidos (es el n° 12 de los 14 puntos presentados al Congreso de
Estados Unidos el 8 de enero de 1918) [9].
Todo
ello demuestra que la decisión de crear el Estado de Israel no tiene
nada que ver con la masacre contra los judíos desatada 20 años
después en Europa, durante la Segunda Guerra Mundial.
El
3 de enero de 1919, durante la conferencia de paz de París, el emir
Faisal –hijo del sharif de la Meca y futuro rey del Irak británico–
firmó con la Organización Sionista Mundial un acuerdo donde se
comprometía a respaldar la decisión anglosajona.
Así
que la creación del Estado de Israel, concretada en contra de la
población de Palestina, también contó con la complicidad de las
monarquías árabes. En aquella época, el sharif de la Meca Husein
ben Ali no interpretaba el Corán como lo hace el Hamas, no pensaba
que «una tierra musulmana no puede ser gobernada por no
musulmanes».
La creación jurídica del Estado de Israel
En
mayo de 1942, las organizaciones sionistas realizaron su congreso en
el hotel Biltmore de Nueva York. Los participantes decidieron
convertir el «hogar nacional judío» de Palestina en el
«Commonwealth judío» (referencia al Commonwealth brevemente
instaurado por Cromwell en lugar de la monarquía británica) y
autorizar la inmigración masiva de los judíos hacia Palestina. En
un documento secreto se fijaron 3 objetivos muy precisos:
(1) El Estado judío abarcaría la totalidad de Palestina y probablemente la Transjordania;
(2) el desplazamiento de la población árabe a Irak y
(3) el control por parte de los judíos de todos los sectores de desarrollo y control de la economía en todo el Medio Oriente.
En
aquel momento, casi todos los participantes en el congreso de Nueva
York ignoraban que la «solución final de la cuestión judía»
(die Endlösung der Judenfrage) acaba de entrar en aplicación
secretamente en Europa.
En
definitiva, cuando los británicos ya no hallaban qué hacer para
complacer simultáneamente a los judíos y los árabes, la ONU –que
sólo contaba entonces con 46 Estados miembros– propuso un plan de
partición de Palestina a partir de las indicaciones que le habían
proporcionado… los británicos. Debía crearse un Estado binacional
conformado por un Estado judío, un Estado árabe y una zona «bajo
régimen internacional especial»
para administrar los lugares sagrados (Jerusalén y Belén). El
proyecto fue adoptado mediante la Resolución 181 de la Asamblea
General de la ONU [10].
Sin
esperar por la continuación de las negociones, el presidente de la
Agencia Judía, David Ben Gurión, proclama unilateralmente el Estado
de Israel, inmediatamente reconocido por Estados Unidos. Los árabes
que vivían en territorio israelí se vieron sometidos a un régimen
de ley marcial, se limitaron sus desplazamientos y sus pasaportes
fueron confiscados. Los países árabes que acababan de alcanzar la
independencia decidieron intervenir pero, al no disponer de ejércitos
ya conformados, fueron rápidamente derrotados. Durante aquella
guerra, Israel procedió a una limpieza étnica y obligó no menos de
700 000 árabes a huir de sus hogares.
La
ONU envió como mediador al conde Folke Bernadotte, diplomático
sueco que había salvado miles de judíos durante la Segunda Guerra
Mundial. El conde Bernadotte comprobó que los datos demográficos
transmitidos por las autoridades británicas eran falsos y exigió
que se aplicara plenamente el plan de partición previsto para
Palestina. No está de más recordar en este punto que la Resolución
181 implica el regreso de los 700 000 árabes expulsados de sus
tierras, la creación de un Estado árabe y la internacionalización
de Jerusalén.
El
conde Folke Bernadotte, enviado especial de la ONU, fue asesinado el
17 de septiembre de 1948, por orden del futuro primer ministro de
Israel, Yitzhak Shamir.
La
Asamblea General de la ONU reaccionó adoptando la Resolución 194,
que reafirma los principios ya enunciados en la Resolución 181 y
proclama además el derecho inalienable de los palestinos a regresar
a su tierra y a ser indemnizados por los perjuicios sufridos [11].
Sin
embargo, Israel –que mientras tanto había arrestado, juzgado y
condenado a los asesinos de Bernadotte– fue admitido como miembro
de la ONU, después de comprometerse también a respetar y aplicar
sus resoluciones. Inmediatamente después de la admisión de Israel
como Estado miembro de la ONU, los asesinos del enviado de la ONU
fueron amnistiados y el individuo que había disparado sobre el conde
se convirtió en guardaespaldas personal del primer ministro israelí
David Ben Gurión.
Desde
su admisión en la ONU, Israel ha violado constantemente las
sucesivas resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de
Seguridad sobre la cuestión israelo-palestina. Sus vínculos
orgánicos con dos de los miembros del Consejo de Seguridad con
derecho de veto han mantenido a Israel fuera del alcance del derecho
internacional. Israel se ha convertido así en un Estado offshore
gracias al cual Estados Unidos y el Reino Unido pueden darse el lujo
de fingir ser Estados que respetan el derecho internacional, cuando
en realidad lo violan a través de ese seudo Estado.
Creer
que la cuestión de Israel es un problema exclusivo del Medio Oriente
es un error total y absoluto. Hoy en día, Israel opera militarmente
en todo el mundo, como agente del imperialismo anglosajón. En
Latinoamérica fueron agentes israelíes quienes organizaron la
represión durante el intento de golpe de Estado contra el presidente
de Venezuela Hugo Chávez, en 2002, y también en Honduras durante el
derrocamiento del presidente Manuel Zelaya, en 2009. En África,
había agentes israelíes por todos lados durante la guerra de los
Grandes Lagos y fueron ellos quienes organizaron la captura de
Muammar el-Kadhafi. En Asia, agentes israelíes dirigieron el asalto
y masacre contra los Tigres Tamiles, en 2009, etc. En cada ocasión,
Londres y Washington juran que nada tienen que ver con lo sucedido.
Por otro lado, Israel controla numerosas instituciones mediáticas y
financieras, como la Reserva Federal estadounidense.
La lucha contra el imperialismo
Hasta
el momento de la disolución de la URSS era evidente que la cuestión
israelí está vinculada a la lucha contra el imperialismo. Todos los
antiimperialistas del mundo –incluyendo el Ejército Rojo japonés–
apoyaban la causa palestina e incluso luchaban junto a los palestinos
en el Medio Oriente.
Hoy
en día, la globalización de la sociedad de consumo y la pérdida de
valores que esta ha provocado han traído una pérdida de conciencia
sobre el carácter colonial del Estado hebreo. Árabes y musulmanes
son los únicos que siguen sintiéndose implicados en la causa
palestina y dan pruebas de empatía con el destino de los palestinos,
pero ignoran los crímenes israelíes cometidos en el resto del mundo
y no reaccionan ante los demás crímenes del imperialismo.
Sin
embargo, en 1979, el ayatola Ruholla Khomeini explicaba a sus
seguidores iraníes que Israel no era más que una marioneta en manos
de los imperialistas y que el único verdadero enemigo era la alianza
entre Estados Unidos y el Reino Unido. Por el sólo hecho de haber
expresado esa simple verdad, Khomeini fue caricaturizado en Occidente
y los chiitas fueron presentados como herejes en Oriente. Hoy en día,
Irán es el único Estado del mundo que envía armas y consejeros a
la Resistencia palestina mientras que los regímenes sionistas árabes
debaten amablemente con el presidente israelí por videoconferencia
en medio de las reuniones del Consejo de Seguridad del Golfo [12].
[1]
«Extendiendo
la guerra del gas en el Levante»,
por Thierry Meyssan, Al-Watan
/ Red
Voltaire,
21 de julio de 2014.
[2]
«Réunion
du Conseil de sécurité sur le Proche-Orient et l’offensive
israélienne á Gaza»,
Réseau
Voltaire,
22 de julio de 2014.
[3]
«Declaración
de la Presidencia del Consejo de Seguridad sobre Gaza»,
Red
Voltaire,
28 de julio de 2014.
[4]
Sobre la historia del sionismo, el lector puede remitirse al capítulo
«Israel y los anglosajones» de mi libro L’Effroyable
imposture 2, Manipulations et désinformations,
Edition Alphée, 2007. Los lectores encontrarán numerosas
referencias bibliográficas en ese texto.
[5]
The
Cousins’ Wars: Religion, Politics, Civil Warfare and the Triumph of
Anglo-America,
por Kevin Phillips, Basic Books (1999).
[6]
Ver principalmente American
Theocracy
(2006) de Kevin Phillips, excepcional historiador que fue consejero
de Richard Nixon.
[7]
Es importante recordar en este punto que el término «israelita»
designa fundamentalmente a los hebreos seguidores de la ley de Moisés
mientras que el término «israelí»
es simplemente el gentilicio utilizado para designar a los ciudadanos
de Israel. Nota de la «Red
Voltaire».
[8]
El lector interesado podrá consultar una interesante síntesis de
los trabajos históricos sobre ese tema titulada Comment
le peuple juif fut inventé
(en español, "Cómo se inventó el pueblo judío"), por
Shlomo Sand, Fayard, 2008.
[9]
La formulación del punto 12 es particularmente oscura. Durante la
conferencia de paz de París, en 1919, el emir Faisal invocó ese
punto para reclamar el derecho de los pueblos que habían vivido bajo
el yugo otomano a disponer de sí mismos. Y le respondieron que podía
escoger entre una Siria bajo uno o varios mandatos. Para sorpresa de
la delegación estadounidense, la delegación sionista argumentó por
su parte que en el punto 12 el presidente Wilson se había
comprometido a respaldar el Commonwealth judío. En definitiva,
Wilson confirmó por escrito que había que interpretar el punto 12
como un compromiso de Washington a favor de la creación de la
creación de Israel y de la restauración de Armenia. Ver «Les
quatorze points du président Wilson»,
Réseau
Voltaire,
8 de enero de 1918.
[12]
«El
presidente de Israel habló ante el Consejo de Seguridad del Golfo a
fines de noviembre»,
Red
Voltaire,
3 de diciembre de 2013.
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