lunes, 5 de junio de 2017

Diálogo de Luisa Ortega con su sombra




                                                                    Freddy Martínez

LUISA ORTEGA: Reconozco que estoy en el círculo de las confusiones, en el lugar de un laberinto que me lleva y me trae hacia el caos. Me tiemblan las manos apenas digo algo sobre los asuntos de la Santa Justicia. Las palabras se me pierden en el vendaval de los vientos que no sospecho si son los alisios o las brisas monzonas que regresan a sotavento. Esos balbuceos en público delatan mis nervios hasta ayer controlados con infusiones caseras de manzanilla. Me siento en la nada. Quiero irme a casa a preparar ensaladas, sentarme a leer revistas, mirar atardeceres.

SU SOMBRA: Antes de pensar en alcachofas y en calabacines más bien vuelve a tus estrellas Luisa Ortega; no naciste para gallina asustadiza. Considera los libros leídos en tu juventud; invoca a las estrellas danzarinas, esas que son necesarias llevar dentro de sí para que ocurran hechos extraordinarios. Todavía no es momento para que dejes de lanzar las flechas de tus anhelos aunque esté cerca el tiempo en que la cuerda del arco deje de vibrar. 
  
LUISA ORTEGA: ¿Será que estoy en el tiempo de la transición y no me he dado cuenta? Mis recientes enemigos son ahora mis amigos y mis recientes amigos son ahora mis enemigos. He de abandonar con prisa el barco que promovió mi nombre entre los anónimos abogados de mi generación. Seré la primera en salir por la cubierta ahora que soy una celebridad entre los venezolanos. Soy Luisa Ortega y serán pocas las cosas que debo empacar al momento de saltar de la nave, pues, según mi consorte, estamos sobre un polvorín a punto de reventar. La valija y el pasaporte están ya prestos por si las cosas pasan a niveles insostenibles. Ya sabes, como toda elegante mujer de derechos, llevo lo imprescindible: mis tintes Nordic Blonde, el Wella Koleston para rubios sorprendentes y algunos paquetes del Henna Color, comprados especialmente a la Radhe Shyam.

SU SOMBRA: Trato de entenderte, pero recuerda, soy tu sombra, no tu luz. A lo sumo, soy solo un espectro escondido en los pequeños resquicios de tu conciencia a fin de advertir lo que precisamente eres para la realidad; una vez incido, otra vez persuado, pero sigo siendo sombra. Recuerda, solo tú corriges tu propia máscara.

LUISA ORTEGA: Eres mi conciencia, ni más ni menos; tu también eres Luisa Ortega. No te escondas más de lo permitido hasta ahora. He sido juzgada en el pasado. Todavía me revolotea en la cabeza el discurso improvisado de los muchachos del 12-F, sobre todo, el de aquel extraño experimento merideño del sector derecho que pedía mi cargo por corrupción e incapacidad; discurso que ahora tomo como una licencia de su particular manera de ser. No llevo rencores, aunque mis nuevos amigos deben agradecer que la Institución a mi cargo trabajó para que Leopoldo fuese juzgado solo por delitos leves y no por los cuarenta y tres difuntos que la dictadura quiere achacarle. 

 
SU SOMBRA: Solo los tontos se tropiezan con la misma piedra Luisa Ortega, tardaste mucho tiempo para dar el paso; no atendías mis consejas.

LUISA ORTEGA: Douglas dice lo mismo. Él considera que debo quitarle una de las patas a la mesa del Estado para que el gobierno cojee y se caiga completo. Ese Douglas y sus metáforas pueblerinas jaja, pero sin muchos comentarios, así es como piensa nuestro inagotable guerrillero. Empero, si tropezaba con la misma piedra, era un juego de mi capacidad dialéctica en el entendimiento de la política. ¿Qué me dices de mis nuevos FreshLook tirando hacia lo verde? 
   
SU SOMBRA: Eres la misma de siempre Luisa Ortega. Ya me daba cuenta que también los ojos cambian de color. Cuando eras “la china” a secas, en la época cuando usabas esos jumpers colegiales como las demás muchachas de Valle de La Pascua, tus ojos pintaban a marrones. Ahora que tienes un nombre hecho para la tribuna, tus enemigos dirán que te pareces a una maestra de la Colonia Tovar ya entrada en años. Pero noto que, a pesar de todos esos vaivenes del alma y de sus transformaciones, conservas el don de la altivez; ciertamente, no es tan cuestionable hacer amistad con los sordos que nunca oyeron lo que siempre quisiste decir; pues, aunque no seas boca para esos oídos, la humillación así es mutua, es recíproca; comprensible para los intereses de cada quien y, aun cuando no queramos, todo tiene su precio: tu doblas las rodillas por el limpio porvenir; ellos sacan tu rostro del muro de las amenazas.

LUISA ORTEGA: Mis recientes enemigos, que antes eran mis amigos, también me atacan. Me sacan todos los trapitos al sol: que la reunión por unos dólares en Barquisimeto; que la Importadora de mi hijastra en Panamá; que una vida tranquila en el exterior; que las omisiones y los silencios por los linchamientos; que los niños en las barricadas; que los negocios turbios de Germán; que mi fidelidad política con Douglas; que mi relación también política con Henry; que las peluquerías; que mis carteras de la Louis Vuitton, que mis prendas de la Vie en rose; en fin, ¿qué más pudiera decirte?

SU SOMBRA: Lo que no quieras revelarle ni siquiera a tu sombra también vale. Si estuviera contigo frente a un espejo insistiera sobre la falta de brillo en tus pómulos. Dijera también que hay un desequilibrio estético ocasionado por un plebeyo hueso que sale de tus ojos, inamistosamente posado cerca de tu nariz. Cuando veo tu rostro en los periódicos percibo una gran preocupación por la imagen perfecta. A pesar de esos lentes de utilería, nada en ti sobra. Hay soltura en tus manos en una relación de plena seguridad con esos oscuros trajes que regularmente usas. Si fueran a elegir a una mujer elegante en funciones de Estado seguramente te escogerían a ti. Sin embargo, cuando acusaste a la GN por el caso homicida del muchacho caraqueño tu rostro se turbó completamente con líneas expresivas muy marcadas. Tu mirada redundaba entre esos espacios desordenados llenos de fogosos periodistas. El pobre fotógrafo de la Institución no encontraba qué hacer. Ni siquiera Germán pudo auxiliarte cuando le pedías ayuda urgente. ¿Dónde estaba la Luisa Ortega que no engañaba con sus gestos? La pena también fue mía. Pero no hay mucho de qué lamentarnos Luisa Ortega. También hay cosas notables que debemos llevarnos en las valijas. 
  
LUISA ORTEGA: Para ser mi sombra tampoco a ti te sobra nada, casi que me haces volar al tiempo de mis escapadas a la discoteca La Sorcière o al Club Barbarella, cuando era apenas una desconocida estudiante de leyes. Los anacrónicos valencianos me preguntaban en broma si era familia de unos nobles Ortegas provenientes de no se cuál provincia española; de allí salían conversaciones sobre mi perfil de “china” y de mi nariz. Pero mejor no hablo de mis “físicos defectos” para no regresar a aquellos episodios del pasado. Eres incorregible sombra.

SU SOMBRA: ¿Dónde van a parar los casos que te hicieron célebre? ¿Qué queda por hacer mientras los vaticinios de tu consorte se hacen posibles?

LUISA ORTEGA: Declarar la dictadura, ¿acaso hay dudas? y si preguntas por los casos de Yumare, Cantaura, Noel Rodríguez o las once mil víctimas de la democracia, todo quedará sencillamente como un simple anecdotario de un momento y de cuyas causas no quiero acordarme. Menos mal que en las peluquerías no se habla de esos temas. ¿Qué hora es? En este círculo de laberintos y confusiones debo consultar con urgencia los precios nuevos de la Radhe Shyam. Voy entonces por mis estrellas danzantes para los rubios sorprendentes; para los rubios extraordinarios. Definitivamente.


















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