Thierry Meyssan
La difusión a través de Internet de varios fragmentos del film La inocencia de los musulmanes ha suscitado manifestaciones de cólera. Una de ellas desembocó, en Bengazi, en un grave incidente en el que resultaron muertos el embajador de Estados Unidos en Libia y varios miembros de su escolta.
A primera vista, todo el asunto parece ser parte de una larga lista de sucesos similares, que va desde la publicación de los «Versos satánicos»
de Salman Rushdie hasta las quemas del Corán organizadas por el pastor
Terry Jones. Este nuevo ataque contra la religión musulmana se
distingue, sin embargo, de los anteriores por el hecho que el film en
cuestión no está destinado al público occidental sino que fue concebido
únicamente como un instrumento de provocación hacia los musulmanes.
En el plano político, este caso puede analizarse desde dos ángulos.
Podemos verlo, desde el punto de vista táctico, como una manipulación
antiestadounidense o, en el plano estratégico, como un ataque sicológico
antimusulmán.
El film ha sido presentado como producido por un grupo sionista
conformado por varios judíos con doble nacionalidad
israelo-estadounidense y un copto egipcio. Realizado hace varios meses,
fue utilizado en este preciso momento para provocar una serie de motines
dirigidos contra Estados Unidos. Agentes israelíes desplegados en
varias grandes ciudades se encargaron de orientar la cólera de las
multitudes contra objetivos estadounidenses o coptos (en ningún caso
israelíes). Como era de esperar, el máximo efecto se obtuvo en Bengazi.
Es bien conocido que en Bengazi existen numerosos grupos
particularmente reaccionarios y racistas. Basta con recordar el ataque
de grupos de salafistas contra el consulado de Dinamarca, cuando se
registró el caso de las caricaturas de Mahoma.
En aquel momento, y en aplicación de la Convención de Ginebra, el
gobierno libio de Muammar el-Khadafi se vio obligado a utilizar el
ejército para garantizar la protección de aquella sede diplomática, lo
cual dejó un importante número de víctimas. Posteriormente, los países
occidentales que querían derrocar el régimen libio financiaron publicaciones salafistas que acusaron al coronel Khadafi de haber protegido el consulado de Dinamarca porque él mismo había ordenado la publicación de las caricaturas.
El 15 de febrero de 2011, los salafistas organizaron en Bengazi una
manifestación para conmemorar el aniversario de la represión de la
protesta frente al consulado de Dinamarca. Y fue precisamente durante
esa conmemoración que se produjo el tiroteo que marcó el comienzo de la
insurrección contra Khadafi en la región de Cirenaica. La policía libia
arrestó en aquel momento a tres miembros de las fuerzas especiales de
Italia que confesaron haber disparado simultáneamente, desde techos
adyacentes, sobre manifestantes y policías para sembrar así la
confusión. Aquellos tres miembros de las fuerzas especiales italianas
estuvieron en prisión durante toda la guerra de la OTAN contra Libia. Al
ser liberados, durante la toma de la capital libia por los «rebeldes»
de la OTAN, los tres agentes italianos fueron exfiltrados hacia la isla
de Malta a bordo de un pequeño barco pesquero, donde yo mismo coincidí
con ellos.
Esta vez, el 11 de septiembre de 2012, la nueva manipulación de la
multitud en Bengazi tuvo como objetivo específico asesinar al embajador
de Estados Unidos en Libia, lo cual constituye un acto de guerra sin
precedente desde que la marina de guerra israelí cañoneó el USS Liberty, en 1967 [1].
Se trata, por demás, del primer asesinato, desde 1979, de un embajador
de Estados Unidos en funciones. La gravedad del incidente se ve
acentuada por el hecho que, en un país cuyo gobierno no pasa de ser una
mera ficción política, el embajador estadounidense, lejos de ser un
diplomático más, es en realidad una especie de gobernador, un jefe de
Estado de facto.
En estas últimas semanas, con una serie de declaraciones en las que
reafirmaban su decisión de interrumpir el ciclo de guerras (Afganistán,
Irak, Libia, Siria) iniciado a raíz de los hechos del 11 de septiembre
de 2001, los principales responsables militares estadounidenses entraron
abiertamente en conflicto con el gobierno israelí. Pero los acuerdos
oficiosos de 2001 entre Washington y Tel Aviv incluyen aún varias
guerras más (Sudán, Somalia, Irán). El primer disparo de advertencia se
materializó semanas atrás, bajo la forma de ataque contra el avión del
jefe del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas estadounidenses,
el general Dempsey. El segundo, como ya puede verse, ha sido mucho más
brutal.
Si, por otro lado, analizamos el asunto en términos de sicología
social, veremos que presenta el aspecto de un ataque frontal contra las
creencias de los musulmanes. Y no muy distinto del episodio de las Pussy
Riot violando la libertad de culto en la mismísima catedral ortodoxa
del Cristo Salvador y sus anteriores performances de pornografía conceptual. Se trata, en definitiva, de operaciones contra los elementos más sagrados de las sociedades que oponen resistencia al proyecto de dominación global.
En las sociedades democráticas y multiculturales, lo sagrado se
expresa únicamente en la esfera privada. Pero un nuevo espacio sagrado
de carácter colectivo está hoy en plena formación. Los Estados de Europa
Occidental se han dotado de leyes sobre la memoria que transforman un
hecho histórico –la destrucción de los judíos por parte de los nazis– en
un hecho religioso: la «Shoah», según la terminología judía, o el
«Holocausto», según el vocabulario evangélico. Aquel crimen se eleva
entonces a la categoría de acontecimiento único, en detrimento de todas
las demás víctimas del nazismo. Oponerse a ese dogma, o sea a la
interpretación teológica de ese hecho histórico, se castiga hoy con
sanciones de carácter penal, como antes sucedía con la blasfemia.
De esa misma manera, en 2001, Estados Unidos, los países miembros de
la Unión Europea y muchos de sus aliados impusieron por decreto a sus
pueblos un minuto de silencio en memoria de las víctimas de los
atentados del 11 de septiembre. Aquella iniciativa se acompañó de una
interpretación ideológica de las causas de los atentados. Tanto en el
caso del Holocausto como en el de los atentados del 11 de septiembre,
el hecho de ser asesinado por ser judío o por ser estadounidense otorga
a las víctimas un estatus especial ante el cual debería inclinarse el
resto de la humanidad.
En ocasión de los Juegos Olímpicos de Londres, las delegaciones de
Israel y de Estados Unidos trataron de extender aún más ese espacio
sagrado imponiendo un minuto de silencio durante la ceremonia de
apertura de los Juegos, el acontecimiento televisivo de mayor audiencia a
nivel mundial. Se trataba, supuestamente, de un gesto de homenaje a los
rehenes muertos durante los Juegos Olímpicos de Múnich. La proposición
fue rechazada y el Comité Olímpico Internacional se limitó a organizar
una discreta ceremonia solemne, fuera de la ceremonia de apertura. En
todo caso, el verdadero objetivo es crear una liturgia colectiva
tendiente a legitimar el imperio global.
En ese contexto, el film La inocencia de los musulmanes
constituye a la vez un medio de presión para recordar a Washington
–tentado hoy de alejarse del proyecto sionista de dominación– que no
debe apartarse del camino trazado y una herramienta para garantizar la
continuación de ese proyecto pisoteando las creencias de los que oponen
resistencia.
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